Fin de la inocencia
La ira, el dolor y el rencor sembrados durante todos
aquellos años de sufrimiento bombardearon rápidamente la adrenalina por sus
venas, como la lava proveniente de un volcán que se precipita a destruir todo
cuanto halle en su camino; en ese instante decisorio eran sólo él y ella, era él
o ella.
Ya había desaparecido toda percepción del bien y el
mal en su ser. Su instinto floreció por cada poro de su blanca piel y con el
cuchillo de la cocina atravesó su oscuro corazón. Le había tocado defender su
integridad tal como un perro rabioso, se había defendido como un verdadero
animal. Aquel maligno ser de alma oscura y perversa cayó arrodillado frente a
ella con el cuchillo aun clavado en su pecho. Ella, extinguió la vida de aquel
miserable, como un soplo de aire apaga la llama de una vela.
Lo vio morir y se sintió satisfecha; había saciado la
sed de venganza proveniente de su alma. Ella se había desecho de aquel parásito hipócrita que asediaba, violentaba y se aprovechaba
de su ser. De pie junto al cadáver recordó el motivo de tanta desdicha, y un
lamento desgarrador surgió de lo más profundo de su alma; en ese instante todas
aquellas penas guardadas en un cofre oculto en algún rincón de su corazón por
fin eran liberadas, sólo para ser olvidadas.
El secreto lo guardaría celosamente, nadie sabría jamás
que una noche mientras trataba de dormir vio el rostro de su padre surgir de la
penumbra de su habitación, él como el diablo que surge de las tinieblas le
arrebato su alma y se la llevó al infierno, para atormentarla por siempre. En
ese entonces, ella aún era inocente.
Nunca olvidaría todas aquellas terribles cosas que su
padre le hacía cada noche, cada agresión perpetrada, las veces que sintió temor
y los terribles momentos en que imploro, sólo para no ser escuchada.
Karolyn León Martínez
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