domingo, 28 de octubre de 2012

Perdida - Escrita por Karolyn León Martínez


Perdida

La oscuridad cubre casi todo a mí alrededor, el frío aire congela mis manos y mis pies descalzos, este viene de frente y golpea ásperamente mi rostro como si fuese una bofetada. En el silencio de la noche y en medio de este lugar desolado, diviso en  la distancia la forma como los árboles, tan comunes en lugares, mueven sus ramas una y otra vez violentamente a causa del viento, como si quisiesen arrancar sus raíces del suelo e irse caminando. Siento entonces mis pies en el pasto húmedo y frío a causa de las gotas de roció. Caminar en esta penumbra fría y húmeda es insoportable, cada paso es un sufrimiento, pues siento en mis pies lo árido y áspero del piso lleno de vidrios rotos, piedras, hiervas de todo tipo, que se incrustan  sin compasión en mis pies y que me cortan con cada pisada, además, pequeñas partes de frutas podridas ya casi consumidas, que han servido de alimentos a algunos insectos. No terminare de recorreré este lugar ahora, me sentare pues mi cuerpo está cansado y hambriento, tiene sed, frío y sueño. la única opción considerable ahora es quedarme aquí sentada esperando a que tal vez, alguien recuerde que existo, logre notar mi ausencia, y dé aviso a los demás, entonces vendrán a socorrerme.
Sentada veo la soledad inmensa y el vacío de este lugar, los únicos ruidos existentes son el del viento, el de varios insectos y animales; el simple hecho de escuchar un sonido no conocido hace que mi corazón se acelere, que mis ojos giren de un lado al otro observando rápidamente todo y que mi conciencia este atenta y desconfiada, estoy sola sin saber qué hacer. El paso de las horas hace su efecto, se me ha pasado el hambre, pero no la sed ni el frío, no puedo ni siquiera considerar el hecho de dormir, en este momento mantenerme alerta y despierta es cada vez más difícil; mis ojos están pesados, frecuentemente se cierran y con gran esfuerzo los abro; están cansados como cualquier otra parte de mi cuerpo. Llega entonces el momento que más me preocupaba, pero que ahora ya no me importa; me recuesto en el pasto boca arriba tratando de dar alivio a mi agotamiento. Con la mirada fija en el cielo noto tantas estrellas que son incontables, mis forzados parpadeos son cada vez menos, ya no siento mis manos ni mis pies, estos están empezando a congelarse, empiezo a quedarme dormida y tengo miedo.
Trato de no perder las esperanzas, me repito frecuentemente que van a notar que me aleje del grupo, que nos separamos, que no sé el camino para volver, van a notar que estoy  perdida. Nadie me había hablado de ella, nadie me había dicho como era, pero indudablemente siento como su mano cubre poco a poco mi rostro, como cierra con unas delicadas caricias mis ojos y como me envuelve en su cautivadora y ligera sinfonía, entonces mi ser entre dormido y despierto deja de escuchar todo sonido a mi alrededor, en este instante la somnolencia hace de este lugar fastidioso y odiable para mí un espacio confortable en el que descanso de ser.  Y así libero de manera definitiva  mi alma del cuerpo.


Karolyn León Martínez.

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